la historia completa aquí:Un oyente llamó para narrar que en un viaje que hizo a Cuba le dio por traerse un coco, con la idea de plantarlo en el diminuto jardín de su adosado y poder maravillarse ante el surgimiento de una deseada palmera.
El personaje dijo que escondió parsimoniosamente el coco entre las ropas de la maleta, pues temía que se lo descubrieran en la aduana y le tocara perdero. No es que se le notara mala conciencia de lo que hizo, de saber que su proceder fuera indebido, y mucho menos ilegal. Simplemente daba la impresión de recordar que esas cosas pasan en las aduanas, que te descubren el jamón o los tulipanes y te obligan a echarlos a la papelera antes de entrar. Se ha visto en películas y lo ha narrado, entre divertidas risotadas, más de un notable televisivo. Y nuestro hombre no quería que le incautaran su coco.
No se lo pillaron, y lo plantó. Pasó el tiempo y de allí no brotaba nada. Sin embargo, el vecino le advirtió que en vez de surgir algo verde estaban saliendo unas extrañas hormigas rojas, contra las que luchaba en vano.
El problema era del vecino, claro, no suyo. De la cocina y de las plantas del vecino, donde los matahormigas convencionales se mostraron totalmente ineficaces durante meses, hasta que un buen día dejaron de verse las horripilantes hormigas rojas.
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