Myrmecopoética
Myrmecopoética
Peñaloza, Joaquín Antonio (?-2003)
EJERCICIOS PARA LAS BESTEZUELAS DE DIOS (1951)
Consideración de las hormigas para alcanzar amor
Quisiera preguntarte, Dios, por qué me hiciste hormiga:
Pequeña, negra y fea, siendo tu hija.
¿por qué se asusta el niño de vernos en su mesa?
¿por qué nos pisa el hombre untándonos en tierra?
¿y por qué a ratos pienso que me hiciste inservible,
ni tuve el oro del león ni la plata del cisne?
¡Cómo pesa la carga de un pétalo de rosa!
¡Qué lejos el camino de ramas a corolas!
¡Si fuéramos tan altas como son las palomas!
¡Qué grandes son los niños!
¡Qué huracán, el suspiro!
¡Y qué sombra da el trigo!
Señor, si fuéramos esbeltas como las palmeras,
acaso viéramos igual de lejos tus estrellas.
Pero Tú me creaste en los últimos segundos de los Siete Días.
¡Pero tenemos vida!
Vivimos en el polvo, y estamos ya contentas:
caminamos tus huellas,
sabemos el color de cada arena.
Y ya no te pregunto por qué me hiciste pequeña y fea.
EJERCICIOS PARA LAS BESTEZUELAS DE DIOS (1951)
Consideración de las hormigas para alcanzar amor
Quisiera preguntarte, Dios, por qué me hiciste hormiga:
Pequeña, negra y fea, siendo tu hija.
¿por qué se asusta el niño de vernos en su mesa?
¿por qué nos pisa el hombre untándonos en tierra?
¿y por qué a ratos pienso que me hiciste inservible,
ni tuve el oro del león ni la plata del cisne?
¡Cómo pesa la carga de un pétalo de rosa!
¡Qué lejos el camino de ramas a corolas!
¡Si fuéramos tan altas como son las palomas!
¡Qué grandes son los niños!
¡Qué huracán, el suspiro!
¡Y qué sombra da el trigo!
Señor, si fuéramos esbeltas como las palmeras,
acaso viéramos igual de lejos tus estrellas.
Pero Tú me creaste en los últimos segundos de los Siete Días.
¡Pero tenemos vida!
Vivimos en el polvo, y estamos ya contentas:
caminamos tus huellas,
sabemos el color de cada arena.
Y ya no te pregunto por qué me hiciste pequeña y fea.
Por una ciencia de las hormigas crítica, poética y diletante
Blog personal: Historias de hormigas
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Myrmecopoética
Muuuuuy bonita josemary, la verdad es que es admirable tu labor en este tema y en el foro en general, muchas gracias por estas curiosidades
No tengo talentos especiales, pero sí soy profundamente curioso. (Albert Einstein)
Siento menos curiosidad por la gente y más curiosidad por las ideas. (Marie Curie)
Diario de lasius, cremas y temnos // Comentarios
Diario de Messor Barbarus // Comentarios
Siento menos curiosidad por la gente y más curiosidad por las ideas. (Marie Curie)
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Myrmecopoética
[Gracias lra58mos, siempre me alegra que gusten estas cosas literarias, y me anima a seguir buscando]
Alfonso Castro Pallares
Este barro glorioso (1972)
Letanía de las hormigas
¡Pequeños paquidermos relucientes!
¡Santas acémilas de carga!
¡Ferrocarril de bienaventuranzas!
¡Sumisas bestezuelas proletarias!
¡Caravana doliente!
*****
Leonardo da Vinci (1452-1519)
Aforismos
Prudencia.- La hormiga, por instinto natural, se provee en el verano para el invierno, matando las semillas que va almacenando para que no renazcan, y de ellas se alimenta a su tiempo.
La hormiga y el grano de mijo.- La hormiga encontró un grano de mijo, que sintiéndose ya en su poder, le gritó:
-Si tienes a bien dejarme gozar el placer de reproducirme, yo te devolveré ciento por uno.
Y así fue hecho.
De las hormigas.- Muchos pueblos se esconderán, junto con sus recién nacidos y sus provisiones, en oscuras cavernas; y en esos lugares tenebrosos se alimentarán, con sus familias, durante muchos meses sin ninguna luz accidental o natural.
Alfonso Castro Pallares
Este barro glorioso (1972)
Letanía de las hormigas
¡Pequeños paquidermos relucientes!
¡Santas acémilas de carga!
¡Ferrocarril de bienaventuranzas!
¡Sumisas bestezuelas proletarias!
¡Caravana doliente!
*****
Leonardo da Vinci (1452-1519)
Aforismos
Prudencia.- La hormiga, por instinto natural, se provee en el verano para el invierno, matando las semillas que va almacenando para que no renazcan, y de ellas se alimenta a su tiempo.
La hormiga y el grano de mijo.- La hormiga encontró un grano de mijo, que sintiéndose ya en su poder, le gritó:
-Si tienes a bien dejarme gozar el placer de reproducirme, yo te devolveré ciento por uno.
Y así fue hecho.
De las hormigas.- Muchos pueblos se esconderán, junto con sus recién nacidos y sus provisiones, en oscuras cavernas; y en esos lugares tenebrosos se alimentarán, con sus familias, durante muchos meses sin ninguna luz accidental o natural.
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Myrmecopoética
como siempre digo josemary nunca me canso de leer la myrmecopoética , la verdad esque me encanta leer estas cosas sobre las hormigas, como el cuento de la cigarra y la hormiga...
Mis diarios:
Hormigas:
Mis Camponotus aethiops Diario cerrado
Mis Messor barbarus
Mis Pheidole pallidula
Mis Camponotus micans
Termitas:
Mis Termitas (Reticulitermes grassei)
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Myrmecopoética
Gota a gota vas recopilando y encontrando textos que de otra manera estarían perdidos en algún cajón.
Es cierto que da "respeto" escribir en este post para no estropearlo o desvirtuarlo, pero da fe de que importa y se sigue, el numero de lecturas que alcanza.
Gracias por tu esfuerzo y trabajo!
Es cierto que da "respeto" escribir en este post para no estropearlo o desvirtuarlo, pero da fe de que importa y se sigue, el numero de lecturas que alcanza.
Gracias por tu esfuerzo y trabajo!
... haciendo un descanso...
Myrmecopoética
[Gracias, compañeros, ahí van tres nuevos poemas…]
José Corredor-Matheos (1929-)
(En Animalia, nº especial de Litoral, 2005)
Cuando ves una hormiga
en el camino
procuras no pisarla.
Si acaso la mataras,
por descuido,
habría de menguar
el universo…
Llega hasta ti el perfume
del romero y la adelfa,
de la dama de noche.
Hormigas y perfumes
se convierten de pronto
en tu horizonte.
La tierra al fin abierta,
los arbustos tronchados,
las raíces al aire,
la verdad descubierta.
Seguirás tu camino
y encontrarás más cosas,
seres vivos,
una presencia
sólo adivinada,
que no han de aparecer
ya en el poema.
***
Jorge Cadavid (1962-)
Fábula
Las hormigas han hecho camino
por entre las letras.
Oigo su marcha segura
por los renglones.
Cada una carga su sílaba
y la deposita en el espacio
vacío de la página.
No entiendo qué hace aquella solitaria
lejos del camino
con una palabra diez veces
más grande que ella
sobre su espalda.
***
Pascual Gaviria (1972-)
Hormigas
Al final de la larga hilera
cargada de verde
en la pequeña hoja se dibuja
el armazón de un barco.
Los trozos que ya han sido cortados
y por cuya ausencia
el esqueleto del casco adquirió forma,
serán las futuras velas;
disfrutarán ahora del viento
de manera diferente.
Jamás olvidarán su ocioso
e incierto vaivén en la delgada rama.
Viajarán cansadas para siempre
sobre y bajo el extraño azul.
José Corredor-Matheos (1929-)
(En Animalia, nº especial de Litoral, 2005)
Cuando ves una hormiga
en el camino
procuras no pisarla.
Si acaso la mataras,
por descuido,
habría de menguar
el universo…
Llega hasta ti el perfume
del romero y la adelfa,
de la dama de noche.
Hormigas y perfumes
se convierten de pronto
en tu horizonte.
La tierra al fin abierta,
los arbustos tronchados,
las raíces al aire,
la verdad descubierta.
Seguirás tu camino
y encontrarás más cosas,
seres vivos,
una presencia
sólo adivinada,
que no han de aparecer
ya en el poema.
***
Jorge Cadavid (1962-)
Fábula
Las hormigas han hecho camino
por entre las letras.
Oigo su marcha segura
por los renglones.
Cada una carga su sílaba
y la deposita en el espacio
vacío de la página.
No entiendo qué hace aquella solitaria
lejos del camino
con una palabra diez veces
más grande que ella
sobre su espalda.
***
Pascual Gaviria (1972-)
Hormigas
Al final de la larga hilera
cargada de verde
en la pequeña hoja se dibuja
el armazón de un barco.
Los trozos que ya han sido cortados
y por cuya ausencia
el esqueleto del casco adquirió forma,
serán las futuras velas;
disfrutarán ahora del viento
de manera diferente.
Jamás olvidarán su ocioso
e incierto vaivén en la delgada rama.
Viajarán cansadas para siempre
sobre y bajo el extraño azul.
Por una ciencia de las hormigas crítica, poética y diletante
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Horacio Quiroga (1878-1937)
CARTAS DE UN CAZADOR
Cacería del hombre por las hormigas
Chiquitos:
Si yo no fuera su padre, les apostaría veinte centavos a que no adivinan de dónde les escribo. ¿Acostado de fiebre en la carpa? ¿Sobre la barriga de un tapir muerto? Nada de esto. Les escribo acurrucado sobre las cenizas de una gran fogata, muerto de frío... y desnudo como una criatura recién nacida.
¿Han visto cosa más tremenda, chiquitos? Tiritando también a mi lado y desnudo como yo, está un indio apuntándome con la linterna eléctrica como si fuera una escopeta, y a su círculo blanco yo les escribo en una hoja de mi libreta... esperando que las hormigas se hayan devorado toda la carpa.
¡Pero qué frío, chiquitos! Son las tres de la mañana. Hace varias horas que las hormigas están devorando todo lo que se mueve, pues esas hormigas, más terribles que una manada de elefantes dirigida por tigres, son hormigas carnívoras, constantemente hambrientas, que devoran hasta el hueso de cuanto ser vivo encuentran.
A un presidente de Estados Unidos, llamado Roosevelt, esas hormigas le comieron, en el Brasil, las dos botas en una sola noche. Las botas no son seres vivos, claro está; pero están hechas de cuero, y el cuero es una sustancia animal.
Por igual motivo, las hormigas de esta noche se están comiendo la lona de la carpa en los sitios donde hay manchas de grasa. Y por querer comerme también a mí, me hallo ahora desnudo, muerto de frío, y con pinchazos en todo el cuerpo.
La mordedura de estas hormigas es tan irritante de los nervios, que basta que una sola hormiga pique en el pie para sentir como alfilerazos en el cuello y entre el pelo. La picadura de muchísimas puede matar. Y si uno permanece quieto, lo devoran vivo.
Son pequeñas, de un negro brillante, y corren en columnas con gran velocidad. Viajan en ríos apretadísimos que ondulan como serpientes, y que tienen a veces un metro de anchura. Casi siempre de noche es cuando salen a cazar.
Al invadir una casa, se desparraman por todas partes, como enloquecidas de hambre, buscando a la carrera un ser vivo que devorar. No hay hueco, agujero ni rendija, por angosta que sea, donde las hormigas carnívoras no se precipiten. Si hallan algún animal, en un instante se prenden de él con los dientes, mordiéndolo con terrible furia.
Yo he visto una langosta, chiquitos, deshacerse en un instante bajo sus dientes. En breves momentos todo el cuerpo de la langosta, como un juguete mecánico, yacía desparramado: patas, alas, cabeza, antenas, todo yacía desarticulado, pieza por pieza. Y con igual velocidad se llevaban cada articulación, y no por encima y a lo largo del lomo, como las hormigas comunes, sino por bajo el cuerpo, sujetando los pedazos con sus patas contra el abdomen. Y no por esto su carrera es menos veloz.
No hay animal que pueda enfrentar a las hormigas carnívoras. Los tapires y los tigres mismos, huyen de sus guaridas apenas las sienten. Las serpientes, por inmensas que sean, huyen a escape de sus guaridas. Para saber lo que son estas hormigas es preciso haberlas visto invadir un lugar en negros ríos de destrucción.
Ayer de mañana, chiquitos, llovió con fuerte viento sur, y el cielo, límpido y sereno al atardecer, nos anunció una noche de helada. Al caer el sol me paseaba yo por el campamento con grueso sweater y fumando, cuando una víbora se deslizó a prisa entre la carpa y yo.
–¡Víboras en invierno, y con este frío! –me pregunté sorprendido–. Debe de pasar algo raro para que esto suceda.
Miraba aún el blanco pastizal quemado por la escarcha en que se había hundido la víbora, cuando un ratón de campo pasó a escape entre mis pies. Y en seguida otro, y luego otro, y después otro más.
Hacia la carpa avanzaba a ras de las patas, brincando y volando de brizna a brizna, una nube de langostitas, cascarudos, vinchucas de monte, arañas; todos los insectos, chiquitos míos, que habían resistido al invierno, huían como presa de pánico.
¿Qué podía ser esto? Yo lo ignoraba entonces. No amenazaba tormenta alguna. El bosque se iba ocultando en la sombra en serena paz.
Me acosté, sin acordarme más del incidente, cuando me despertó un chillido de hurón que llegaba del monte. Un instante después sentí el ladrido agudo y corto del aguará–guazú. Y un rato después el bramido de un tigre. El indio, hecho un ovillo, de espaldas al fuego, roncaba con grande y tranquila fuerza.
–Con seguridad no pasa nada en el monte –dije al fin–. Si no, el indio se hubiera despertado. E iba a dormirme de nuevo, cuando oí, fuera de la carpa, el repiqueteo de una serpiente de cascabel.
¿Se acuerdan ustedes, chiquitos míos, de la aventura que tuve con una de ellas? El que ha oído una sola vez en el monte el ruido del cascabel, no lo olvida por el resto de sus días.
¿Pero qué les pasaba a los animales esa noche, que se agitaban hasta el punto de exponerse algunos, como las víboras, a morir de frío bajo la helada?
Me eché fuera de las mantas, y cogí la linterna eléctrica. En ese mismo instante sentí como cien mil alfilerazos que se hundían en mi cuerpo. Lancé un grito que despertó al indio, y llevándome la mano a la cara, barrí de ella una nube de hormigas adheridas que me picaban con furor.
Todo: cuerpo, mantas, ropa, todo estaba invadido por las hormigas carnívoras. Saltando sin cesar, me arranqué las ropas, mientras el indio me decía:
–¡Corrección, corrección! (Es el nombre que dan por allá a esas hormigas.) ¡Las hormigas que matan! Indio no sale de fuego, porque hormigas lo comen enterito.
–¡Ojalá te coman siquiera la nariz! –grité yo enojado y corriendo afuera, donde fui a caer de un brinco sobre un palo encendido, que saltó por el aire con un reguero de chispas. Entretanto, todo el piso alrededor de la hoguera estaba lleno de hormigas que corrían de un lado para otro buscando qué devorar. La carpa estaba también toda invadida de hormigas, y el país entero, quién sabe hasta dónde.
Desde la mañana, seguramente, el ejército de hormigas había iniciado el avance hacia nosotros, devorando y poniendo en fuga ante ellas a las víboras, los insectos, y las fieras mismas que se desbandaban ante las hordas hambrientas.
Hasta la madrugada posiblemente estaríamos sitiados, y luego las hormigas llevarían a otra parte su devastación. Pero entretanto son apenas las tres de la mañana y el fuego acaba de consumirse. Imposible sacar un pie fuera del círculo de cenizas calientes: nos devoran.
Acurrucado en el centro de lo que fue hoguera, desnudo como un niño, y tiritando de frío, espero el día escribiéndoles, chiquitos, a la luz de la linterna eléctrica, mientras dentro de la carpa las hormigas carnívoras están devorando mis últimas provisiones.
CARTAS DE UN CAZADOR
Cacería del hombre por las hormigas
Chiquitos:
Si yo no fuera su padre, les apostaría veinte centavos a que no adivinan de dónde les escribo. ¿Acostado de fiebre en la carpa? ¿Sobre la barriga de un tapir muerto? Nada de esto. Les escribo acurrucado sobre las cenizas de una gran fogata, muerto de frío... y desnudo como una criatura recién nacida.
¿Han visto cosa más tremenda, chiquitos? Tiritando también a mi lado y desnudo como yo, está un indio apuntándome con la linterna eléctrica como si fuera una escopeta, y a su círculo blanco yo les escribo en una hoja de mi libreta... esperando que las hormigas se hayan devorado toda la carpa.
¡Pero qué frío, chiquitos! Son las tres de la mañana. Hace varias horas que las hormigas están devorando todo lo que se mueve, pues esas hormigas, más terribles que una manada de elefantes dirigida por tigres, son hormigas carnívoras, constantemente hambrientas, que devoran hasta el hueso de cuanto ser vivo encuentran.
A un presidente de Estados Unidos, llamado Roosevelt, esas hormigas le comieron, en el Brasil, las dos botas en una sola noche. Las botas no son seres vivos, claro está; pero están hechas de cuero, y el cuero es una sustancia animal.
Por igual motivo, las hormigas de esta noche se están comiendo la lona de la carpa en los sitios donde hay manchas de grasa. Y por querer comerme también a mí, me hallo ahora desnudo, muerto de frío, y con pinchazos en todo el cuerpo.
La mordedura de estas hormigas es tan irritante de los nervios, que basta que una sola hormiga pique en el pie para sentir como alfilerazos en el cuello y entre el pelo. La picadura de muchísimas puede matar. Y si uno permanece quieto, lo devoran vivo.
Son pequeñas, de un negro brillante, y corren en columnas con gran velocidad. Viajan en ríos apretadísimos que ondulan como serpientes, y que tienen a veces un metro de anchura. Casi siempre de noche es cuando salen a cazar.
Al invadir una casa, se desparraman por todas partes, como enloquecidas de hambre, buscando a la carrera un ser vivo que devorar. No hay hueco, agujero ni rendija, por angosta que sea, donde las hormigas carnívoras no se precipiten. Si hallan algún animal, en un instante se prenden de él con los dientes, mordiéndolo con terrible furia.
Yo he visto una langosta, chiquitos, deshacerse en un instante bajo sus dientes. En breves momentos todo el cuerpo de la langosta, como un juguete mecánico, yacía desparramado: patas, alas, cabeza, antenas, todo yacía desarticulado, pieza por pieza. Y con igual velocidad se llevaban cada articulación, y no por encima y a lo largo del lomo, como las hormigas comunes, sino por bajo el cuerpo, sujetando los pedazos con sus patas contra el abdomen. Y no por esto su carrera es menos veloz.
No hay animal que pueda enfrentar a las hormigas carnívoras. Los tapires y los tigres mismos, huyen de sus guaridas apenas las sienten. Las serpientes, por inmensas que sean, huyen a escape de sus guaridas. Para saber lo que son estas hormigas es preciso haberlas visto invadir un lugar en negros ríos de destrucción.
Ayer de mañana, chiquitos, llovió con fuerte viento sur, y el cielo, límpido y sereno al atardecer, nos anunció una noche de helada. Al caer el sol me paseaba yo por el campamento con grueso sweater y fumando, cuando una víbora se deslizó a prisa entre la carpa y yo.
–¡Víboras en invierno, y con este frío! –me pregunté sorprendido–. Debe de pasar algo raro para que esto suceda.
Miraba aún el blanco pastizal quemado por la escarcha en que se había hundido la víbora, cuando un ratón de campo pasó a escape entre mis pies. Y en seguida otro, y luego otro, y después otro más.
Hacia la carpa avanzaba a ras de las patas, brincando y volando de brizna a brizna, una nube de langostitas, cascarudos, vinchucas de monte, arañas; todos los insectos, chiquitos míos, que habían resistido al invierno, huían como presa de pánico.
¿Qué podía ser esto? Yo lo ignoraba entonces. No amenazaba tormenta alguna. El bosque se iba ocultando en la sombra en serena paz.
Me acosté, sin acordarme más del incidente, cuando me despertó un chillido de hurón que llegaba del monte. Un instante después sentí el ladrido agudo y corto del aguará–guazú. Y un rato después el bramido de un tigre. El indio, hecho un ovillo, de espaldas al fuego, roncaba con grande y tranquila fuerza.
–Con seguridad no pasa nada en el monte –dije al fin–. Si no, el indio se hubiera despertado. E iba a dormirme de nuevo, cuando oí, fuera de la carpa, el repiqueteo de una serpiente de cascabel.
¿Se acuerdan ustedes, chiquitos míos, de la aventura que tuve con una de ellas? El que ha oído una sola vez en el monte el ruido del cascabel, no lo olvida por el resto de sus días.
¿Pero qué les pasaba a los animales esa noche, que se agitaban hasta el punto de exponerse algunos, como las víboras, a morir de frío bajo la helada?
Me eché fuera de las mantas, y cogí la linterna eléctrica. En ese mismo instante sentí como cien mil alfilerazos que se hundían en mi cuerpo. Lancé un grito que despertó al indio, y llevándome la mano a la cara, barrí de ella una nube de hormigas adheridas que me picaban con furor.
Todo: cuerpo, mantas, ropa, todo estaba invadido por las hormigas carnívoras. Saltando sin cesar, me arranqué las ropas, mientras el indio me decía:
–¡Corrección, corrección! (Es el nombre que dan por allá a esas hormigas.) ¡Las hormigas que matan! Indio no sale de fuego, porque hormigas lo comen enterito.
–¡Ojalá te coman siquiera la nariz! –grité yo enojado y corriendo afuera, donde fui a caer de un brinco sobre un palo encendido, que saltó por el aire con un reguero de chispas. Entretanto, todo el piso alrededor de la hoguera estaba lleno de hormigas que corrían de un lado para otro buscando qué devorar. La carpa estaba también toda invadida de hormigas, y el país entero, quién sabe hasta dónde.
Desde la mañana, seguramente, el ejército de hormigas había iniciado el avance hacia nosotros, devorando y poniendo en fuga ante ellas a las víboras, los insectos, y las fieras mismas que se desbandaban ante las hordas hambrientas.
Hasta la madrugada posiblemente estaríamos sitiados, y luego las hormigas llevarían a otra parte su devastación. Pero entretanto son apenas las tres de la mañana y el fuego acaba de consumirse. Imposible sacar un pie fuera del círculo de cenizas calientes: nos devoran.
Acurrucado en el centro de lo que fue hoguera, desnudo como un niño, y tiritando de frío, espero el día escribiéndoles, chiquitos, a la luz de la linterna eléctrica, mientras dentro de la carpa las hormigas carnívoras están devorando mis últimas provisiones.
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Myrmecopoética
Osvaldo Picardo (1955-)
MAR DEL PLATA (2005)
X
Nada más intrascendente que una hormiga.
Leo. Y esa clase de intrascendencia –pienso–
heredará, algún día, la tierra.
Sus antepasados lograron el vuelo
pero se fueron aceptando esclavas
convencidas de su lugar en el mundo.
Un orgullo secreto las revela hermanas
simplemente por la memoria
de un olor al momento de nacer.
Contra todas ellas, las negras, las obreras,
las coloradas, las voladoras,
se levantó la Villa Victoria Ocampo.
Sombra veraniega de San Isidro,
que trajeron, a pedazos, desde Inglaterra,
seguramente llenos de trascendencia.
De aquellas batallas de verano, antes de las lluvias,
contra las hormigas,
no quedan registros epistolares ni diarios íntimos.
Sólo la convicción subterránea
de que serán las que sobrevivan
y el resto, silencio.
MAR DEL PLATA (2005)
X
Nada más intrascendente que una hormiga.
Leo. Y esa clase de intrascendencia –pienso–
heredará, algún día, la tierra.
Sus antepasados lograron el vuelo
pero se fueron aceptando esclavas
convencidas de su lugar en el mundo.
Un orgullo secreto las revela hermanas
simplemente por la memoria
de un olor al momento de nacer.
Contra todas ellas, las negras, las obreras,
las coloradas, las voladoras,
se levantó la Villa Victoria Ocampo.
Sombra veraniega de San Isidro,
que trajeron, a pedazos, desde Inglaterra,
seguramente llenos de trascendencia.
De aquellas batallas de verano, antes de las lluvias,
contra las hormigas,
no quedan registros epistolares ni diarios íntimos.
Sólo la convicción subterránea
de que serán las que sobrevivan
y el resto, silencio.
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Antonio de Trueba (1819-1889)
Fábulas de la educación (1850)
EL TOPO Y LAS HORMIGAS
Hacer un agujero
lograron tres hormigas
después de mil afanes,
mil idas y venidas.
Reunieron al punto
unas cuantas espigas
de trigo, y decidieron
pasar allí la vida,
de la paz y el retiro
gozando las delicias.
Pero como un adagio
muy verdadero afirma
que no duran un siglo
los males ni las dichas,
turbar aquella calma
quiso la suerte impía.
Un topo, que habitaba
cerca de las hormigas
y a quien trataban estas
no más que por política,
empezó a hozar el suelo
de su escondite un día;
y como que a los topos
los privó Dios de vista,
sin querer hacer daño,
con la intención más pía,
derribó la morada
de las pobres hormigas,
y en medio de la calle
las puso de patitas.
***
Hay muchos en el mundo
que a los topos imitan,
y son los ignorantes
que acaso sin malicia
ni gana de hacer daño,
al prójimo fastidian.
Fábulas de la educación (1850)
EL TOPO Y LAS HORMIGAS
Hacer un agujero
lograron tres hormigas
después de mil afanes,
mil idas y venidas.
Reunieron al punto
unas cuantas espigas
de trigo, y decidieron
pasar allí la vida,
de la paz y el retiro
gozando las delicias.
Pero como un adagio
muy verdadero afirma
que no duran un siglo
los males ni las dichas,
turbar aquella calma
quiso la suerte impía.
Un topo, que habitaba
cerca de las hormigas
y a quien trataban estas
no más que por política,
empezó a hozar el suelo
de su escondite un día;
y como que a los topos
los privó Dios de vista,
sin querer hacer daño,
con la intención más pía,
derribó la morada
de las pobres hormigas,
y en medio de la calle
las puso de patitas.
***
Hay muchos en el mundo
que a los topos imitan,
y son los ignorantes
que acaso sin malicia
ni gana de hacer daño,
al prójimo fastidian.
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Yibrán Jalil Yibrán (1883-1931)
El loco (1918)
LAS TRES HORMIGAS
Tres hormigas se encontraron en la nariz de un hombre que estaba tendido, durmiendo al sol. Y después de saludarse cada hormiga a la manera y usanza de su propia tribu, se detuvieron allí, a conversar.
—Estas colinas y estas llanuras —dijo la primera hormiga— son las más áridas que he visto en mi vida; he buscado todo el día algún grano, y no he encontrado nada.
—Yo tampoco he encontrado nada —comentó la segunda hormiga— aunque he visitado todos los escondrijos. Esta es, supongo, la que llama mi gente la blanda tierra móvil donde no crece nada.
—Amigas mías —dijo la tercera hormiga, alzando la cabeza—, estamos paradas ahora en la nariz de la Suprema Hormiga, la poderosa e infinita Hormiga, cuyo cuerpo es tan grande que no podemos verlo, cuya sombra es tan vasta que no podemos abarcar, cuya voz es tan potente que no podemos oírla; y esta Hormiga es omnipresente.
Al terminar la tercera hormiga de decir esto, las otras dos se miraron, y rieron.
En ese momento el hombre se movió, y en su sueño alzó la mano para rascarse la nariz, y aplastó a las tres hormigas.
El loco (1918)
LAS TRES HORMIGAS
Tres hormigas se encontraron en la nariz de un hombre que estaba tendido, durmiendo al sol. Y después de saludarse cada hormiga a la manera y usanza de su propia tribu, se detuvieron allí, a conversar.
—Estas colinas y estas llanuras —dijo la primera hormiga— son las más áridas que he visto en mi vida; he buscado todo el día algún grano, y no he encontrado nada.
—Yo tampoco he encontrado nada —comentó la segunda hormiga— aunque he visitado todos los escondrijos. Esta es, supongo, la que llama mi gente la blanda tierra móvil donde no crece nada.
—Amigas mías —dijo la tercera hormiga, alzando la cabeza—, estamos paradas ahora en la nariz de la Suprema Hormiga, la poderosa e infinita Hormiga, cuyo cuerpo es tan grande que no podemos verlo, cuya sombra es tan vasta que no podemos abarcar, cuya voz es tan potente que no podemos oírla; y esta Hormiga es omnipresente.
Al terminar la tercera hormiga de decir esto, las otras dos se miraron, y rieron.
En ese momento el hombre se movió, y en su sueño alzó la mano para rascarse la nariz, y aplastó a las tres hormigas.
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Myrmecopoética
Super Hormiga pasó a ser superexterminador...
En la Naturaleza hay fuerzas que nos superan y que a duras penas entendemos, sí,...
En la Naturaleza hay fuerzas que nos superan y que a duras penas entendemos, sí,...
Los hombres van y vienen pero la Tierra permanece.
Aquí está el índice de mis diarios
Y aquí comentarios a los diarios
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Myrmecopoética
Saad el-Din Jabravi (s. XIII-XIV)
(Tomado de Idries Shah: “Caravana de sueños”, ed. Kairós 1998)
Las hormigas y la pluma
Una vez, una hormiga vagaba por una hoja de papel y vio una pluma escribiendo en finos trazos negros.
-¡Qué maravilloso es esto! -dijo la hormiga-. Esta cosa notable, con vida propia, haciendo garabatos sobre esta hermosa superficie, hasta tal punto y con tanta energía que se puede equiparar al esfuerzo conjunto de todas las hormigas en el mundo. ¡Y qué garabatos hace! Parecen hormigas, no una, sino millones, colocadas juntas.
Repitió su idea a otra hormiga, la cual estuvo igualmente interesada y alabó la capacidad de observación y reflexión de la primera hormiga.
Pero otra hormiga dijo:
-Beneficiándome de tus esfuerzos, debo admitirlo, he observado este extraño objeto, pero he determinado que él no es el origen de su trabajo. No te has dado cuenta que esta pluma está unida a otros objetos, que la rodean y dirigen. Éstos deben considerarse como la causa de los movimientos, y reconocerse como tales.
De este modo, las hormigas descubrieron los dedos.
Pasado un tiempo, otra hormiga escaló por los dedos y descubrió que formaban parte de una mano, la cual exploró minuciosamente, al estilo de las hormigas, escudriñándolo todo.
Al regresar junto a sus compañeras, exclamó:
-¡Hormigas! Tengo importantes noticias para vosotras. Esos objetos pequeños son partes de uno mayor, y éste es el que les da movimiento a todos.
Luego se descubrió que la mano estaba unida a un brazo, y el brazo a un cuerpo, y que había dos manos, y que existían pies que no escribían.
Las investigaciones continúan. Respecto a los mecanismos de la escritura, las hormigas tienen una idea aproximada, pero el significado e intención de la escritura, y cómo se controla en última instancia, no lo descubrirán mediante sus métodos habituales de investigación: no son “instruidas”.
(Tomado de Idries Shah: “Caravana de sueños”, ed. Kairós 1998)
Las hormigas y la pluma
Una vez, una hormiga vagaba por una hoja de papel y vio una pluma escribiendo en finos trazos negros.
-¡Qué maravilloso es esto! -dijo la hormiga-. Esta cosa notable, con vida propia, haciendo garabatos sobre esta hermosa superficie, hasta tal punto y con tanta energía que se puede equiparar al esfuerzo conjunto de todas las hormigas en el mundo. ¡Y qué garabatos hace! Parecen hormigas, no una, sino millones, colocadas juntas.
Repitió su idea a otra hormiga, la cual estuvo igualmente interesada y alabó la capacidad de observación y reflexión de la primera hormiga.
Pero otra hormiga dijo:
-Beneficiándome de tus esfuerzos, debo admitirlo, he observado este extraño objeto, pero he determinado que él no es el origen de su trabajo. No te has dado cuenta que esta pluma está unida a otros objetos, que la rodean y dirigen. Éstos deben considerarse como la causa de los movimientos, y reconocerse como tales.
De este modo, las hormigas descubrieron los dedos.
Pasado un tiempo, otra hormiga escaló por los dedos y descubrió que formaban parte de una mano, la cual exploró minuciosamente, al estilo de las hormigas, escudriñándolo todo.
Al regresar junto a sus compañeras, exclamó:
-¡Hormigas! Tengo importantes noticias para vosotras. Esos objetos pequeños son partes de uno mayor, y éste es el que les da movimiento a todos.
Luego se descubrió que la mano estaba unida a un brazo, y el brazo a un cuerpo, y que había dos manos, y que existían pies que no escribían.
Las investigaciones continúan. Respecto a los mecanismos de la escritura, las hormigas tienen una idea aproximada, pero el significado e intención de la escritura, y cómo se controla en última instancia, no lo descubrirán mediante sus métodos habituales de investigación: no son “instruidas”.
Por una ciencia de las hormigas crítica, poética y diletante
Blog personal: Historias de hormigas
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Myrmecopoética
Me recuerda la firma de Xauxa: "La Naturaleza no sólo es más compleja de lo que imaginamos,
sino más compleja de lo que nunca podremos llegar a imaginar"
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Los hombres van y vienen pero la Tierra permanece.
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Myrmecopoética
[Claro, Mendelius, y todo se vuelve más complejo si, como en ese viejo y profundo texto, se toma la perspectiva de las hormigas. Las hormigas perciben y descubren el entorno inmedato, aprehenden de alguna manera la contigüidad y extensión de los objetos, pero, ¡ay¡, nunca penetrarán el sentido de las cosas].
José Joaquín Fernández de Lizardi (1776-1827)
Las noches tristes (1818)
La tortuga y la hormiga
Una tortuga en un pozo
A una hormiga así decía:
"En este mezquino invierno
Di ¿qué comes, amiga?
Como trigo, la responde:
Como maíz y otras semillas,
De las que dejo en otoño
Mis bodegas bien provistas".
"¡Ay! ¡Dichosa tú! exclamaba
La tortuga muy fruncida:
¡Qué buena vida te pasas!
¡Oh quién fuera tu sobrina!
Y no yo ¡infeliz de mí!
Que en este pozo metida
Todo el año, apenas como
Una que otra sabandija".
¿Pero en todo el año qué haces?
Preguntaba la hormiguilla,
Y la tortuga responde:
Yo, la verdad, todo el día
Me estoy durmiendo en el fondo
De este pantano o sentina,
Y de cuando en cuando salgo
A asolearme la barriga.
Pues entonces no te quejes,
La hormiguilla respondía,
De las hambres que padeces,
Ni de tu suerte mezquina;
Porque es pena natural,
Y aun al hombre prevenida,
Que a aquel que en nada trabaja
La necesidad persiga.
La hormiga y el elefante
Que a un elefante fuerte
Un bravo león matase,
O algún tigre feroz despedazase,
Fácil es si se advierte;
Mas que se diera traza
De privar de la vida a tal bestiaza
Una débil hormiga,
Esto no se ha de creer aunque se diga;
Parecerá quimera,
Pero ello es que pasó de esta manera:
No sé si de pensado o de accidente,
Un elefante un día
A una infeliz hormiga pisaría,
Ello la lastimó muy gravemente;
La pobre se quejaba,
Y el elefante entonces la insultaba
Con picantes razones,
Diciéndola denuestos a millones;
Y fuese al fin dejando
A la infeliz hormiga renegando,
Y ofreciendo colérica y sangrienta
Vengarse de la bestia corpulenta,
La que solo reía
De cuanto el insectillo le decía;
Pero éste adolorido,
Lo siguió con paciencia,
Hasta que a su presencia
El elefante se acostó rendido
De un sueño tan profundo,
Cual si no hubiera hormigas en el mundo.
La trompa sin recelo
La desarruga, tiende por el suelo,
Y duerme alegremente.
Entonces la hormiguilla sutilmente
Por la nariz nerviosa
Corriendo se introduce
Hasta do la conduce
Su venganza cruel, y allí furiosa
Con su débil tenaza
Muerde, le aguija, hiere y despedaza
La ternilla sensible
De aquel monte animado tan temible,
Quien al sentirse herido,
Despierta, da un bramido,
Se levanta, desplega
La trompa y la refriega
Por do quiera que andaba.
Entre tanto, la hormiga no cesaba
De su intento primero,
De hacerle en la nariz un agujero.
Toda su fuerza aplica
Con un tesón constante
Contra el pobre elefante,
A quien hiere, maltrata y mortifica
Con ahínco tan cruel y desusado,
Que ya desesperado
El elefante triste,
A trompazos los árboles embiste;
Dándose golpes tales,
Que en breve tiempo se hizo dos canales
Por donde le salía
En arroyos la sangre; ni podía
Mas golpes sacudirse
El infeliz herido,
Y ya desfallecido
Hubo al fin a la muerte de rendirse.
Exangüe cayó al suelo.
Entonces la hormiguilla sin recelo
Salió de la nariz ensangrentada,
Y viéndose vengada,
Le decía: A ninguno
Debemos agraviar de modo alguno,
Y a los hombres en ti yo bien enseño,
Que ningún enemigo es tan pequeño
Como una hormiga coja,
Para tomar venganza si se enoja.
José Joaquín Fernández de Lizardi (1776-1827)
Las noches tristes (1818)
La tortuga y la hormiga
Una tortuga en un pozo
A una hormiga así decía:
"En este mezquino invierno
Di ¿qué comes, amiga?
Como trigo, la responde:
Como maíz y otras semillas,
De las que dejo en otoño
Mis bodegas bien provistas".
"¡Ay! ¡Dichosa tú! exclamaba
La tortuga muy fruncida:
¡Qué buena vida te pasas!
¡Oh quién fuera tu sobrina!
Y no yo ¡infeliz de mí!
Que en este pozo metida
Todo el año, apenas como
Una que otra sabandija".
¿Pero en todo el año qué haces?
Preguntaba la hormiguilla,
Y la tortuga responde:
Yo, la verdad, todo el día
Me estoy durmiendo en el fondo
De este pantano o sentina,
Y de cuando en cuando salgo
A asolearme la barriga.
Pues entonces no te quejes,
La hormiguilla respondía,
De las hambres que padeces,
Ni de tu suerte mezquina;
Porque es pena natural,
Y aun al hombre prevenida,
Que a aquel que en nada trabaja
La necesidad persiga.
La hormiga y el elefante
Que a un elefante fuerte
Un bravo león matase,
O algún tigre feroz despedazase,
Fácil es si se advierte;
Mas que se diera traza
De privar de la vida a tal bestiaza
Una débil hormiga,
Esto no se ha de creer aunque se diga;
Parecerá quimera,
Pero ello es que pasó de esta manera:
No sé si de pensado o de accidente,
Un elefante un día
A una infeliz hormiga pisaría,
Ello la lastimó muy gravemente;
La pobre se quejaba,
Y el elefante entonces la insultaba
Con picantes razones,
Diciéndola denuestos a millones;
Y fuese al fin dejando
A la infeliz hormiga renegando,
Y ofreciendo colérica y sangrienta
Vengarse de la bestia corpulenta,
La que solo reía
De cuanto el insectillo le decía;
Pero éste adolorido,
Lo siguió con paciencia,
Hasta que a su presencia
El elefante se acostó rendido
De un sueño tan profundo,
Cual si no hubiera hormigas en el mundo.
La trompa sin recelo
La desarruga, tiende por el suelo,
Y duerme alegremente.
Entonces la hormiguilla sutilmente
Por la nariz nerviosa
Corriendo se introduce
Hasta do la conduce
Su venganza cruel, y allí furiosa
Con su débil tenaza
Muerde, le aguija, hiere y despedaza
La ternilla sensible
De aquel monte animado tan temible,
Quien al sentirse herido,
Despierta, da un bramido,
Se levanta, desplega
La trompa y la refriega
Por do quiera que andaba.
Entre tanto, la hormiga no cesaba
De su intento primero,
De hacerle en la nariz un agujero.
Toda su fuerza aplica
Con un tesón constante
Contra el pobre elefante,
A quien hiere, maltrata y mortifica
Con ahínco tan cruel y desusado,
Que ya desesperado
El elefante triste,
A trompazos los árboles embiste;
Dándose golpes tales,
Que en breve tiempo se hizo dos canales
Por donde le salía
En arroyos la sangre; ni podía
Mas golpes sacudirse
El infeliz herido,
Y ya desfallecido
Hubo al fin a la muerte de rendirse.
Exangüe cayó al suelo.
Entonces la hormiguilla sin recelo
Salió de la nariz ensangrentada,
Y viéndose vengada,
Le decía: A ninguno
Debemos agraviar de modo alguno,
Y a los hombres en ti yo bien enseño,
Que ningún enemigo es tan pequeño
Como una hormiga coja,
Para tomar venganza si se enoja.
Por una ciencia de las hormigas crítica, poética y diletante
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