Miscelánea
Miscelánea
Con permiso de los administradores-moderadores iré poniendo de vez en cuando, en este único hilo, una miscelánea de ocurrencias, recuerdos y meditaciones más o menos extrañas. No sé qué interés podrán tener, pero mejor que vayan juntas y así el pecado será uno sólo.
ENIGMÁTICAS PIEDRAS
Dos recuerdos me vienen a la mente. Una foto del sacerdote y paleontólogo francés Teilhard de Chardin sosteniendo, ya anciano, una piedra que observa con mirada profunda (la vida latente ya en la materia cósmica, fundamento de la evolución hacia la Biosfera y la Noosfera) y un viaje de tres días que realicé con José Antonio Valverde por la sierra de Cádiz. Valverde era un personaje fascinante, uno de los mejores zoólogos de campo de la segunda mitad del siglo XX, inspirador de Doñana. Con cojera ostensible y varios infartos, necesitaba un acompañante… Gran conversador, infatigable escrutador, le seguí y ayudé como pude. Cuando regresábamos, en plena montaña todavía, paró el coche en seco: “esa piedra, José María, esa piedra: cualquier zoólogo que se precie tiene que levantarla y ver qué hay debajo. Un reptil endémico puede estar esperándonos”.
Hace unos días, en un pedregal de Torredolones, Madrid, vi los primeros ojos de auténtico asombro de mi hijo Daniel frente a las hormigas. Al levantar una piedra, aparecieron innumerables larvas y pupas de una colonia de messor. “Papá, yo no podía imaginarme esto, ¿juntan todas esas pupas y las cuidan de esa manera? Qué interesante”. Fue una revelación. Pero no principalmente la contemplación de esa fase blanca tan espectacular. Fue la reunión de ellas, la impresión de orden, de organización oculta debajo de una piedra.
Dos recuerdos me vienen a la mente. Una foto del sacerdote y paleontólogo francés Teilhard de Chardin sosteniendo, ya anciano, una piedra que observa con mirada profunda (la vida latente ya en la materia cósmica, fundamento de la evolución hacia la Biosfera y la Noosfera) y un viaje de tres días que realicé con José Antonio Valverde por la sierra de Cádiz. Valverde era un personaje fascinante, uno de los mejores zoólogos de campo de la segunda mitad del siglo XX, inspirador de Doñana. Con cojera ostensible y varios infartos, necesitaba un acompañante… Gran conversador, infatigable escrutador, le seguí y ayudé como pude. Cuando regresábamos, en plena montaña todavía, paró el coche en seco: “esa piedra, José María, esa piedra: cualquier zoólogo que se precie tiene que levantarla y ver qué hay debajo. Un reptil endémico puede estar esperándonos”.
Hace unos días, en un pedregal de Torredolones, Madrid, vi los primeros ojos de auténtico asombro de mi hijo Daniel frente a las hormigas. Al levantar una piedra, aparecieron innumerables larvas y pupas de una colonia de messor. “Papá, yo no podía imaginarme esto, ¿juntan todas esas pupas y las cuidan de esa manera? Qué interesante”. Fue una revelación. Pero no principalmente la contemplación de esa fase blanca tan espectacular. Fue la reunión de ellas, la impresión de orden, de organización oculta debajo de una piedra.
Última edición por josemary el 11 Jul 2007 20:16, editado 1 vez en total.
NOMBRAR LAS HORMIGAS
Nombrar las cosas es una vía de conocimiento privativa del hombre. El filósofo Zubiri llamaba a nuestra especie animal de realidades, esto es, aquél capaz de aprehender la realidad como tal, como entidad independiente y no como mero conjunto de estímulos. Y esta realidad va a tomar cuerpo y forma, muy primeramente, mediante las palabras con que nombramos las cosas.
Recuerdo que en mis primeros años de observación llamaba a una hormiga la corredora roja, a otra la grande cabezona, a otra más la hormiga elegante… Hasta que me dio por enviarle las 18 especies de mi barrio a un, para mí, desconocido profesor de la Universidad de Granada llamado Alberto Tinaut. Entonces pasaron a ser Cataglyphis, Messor, Cardiocondyla…
La simple denominación científica me abrió nuevas perspectivas. Podía buscar en los libros qué se decía de mis especies. Ahora tenían nombre y apellidos, y me era posible, por primera vez, transmitir mis observaciones con precisión. Este año de 2007 se conmemora precisamente el tricentenario de Linneo, el gran naturalista que desarrolló la nomenclatura binomial.
A veces echo de menos, junto a los nombres de especie y de género, un tercer apellido –como cuando empezaba– que dijera algo así como “solitaria”, “que hace senderos” o “lenta”. Una certera indicación de comportamiento puede discernir entre especies muy cercanas morfológicamente. Tal sucedió a nuestro mayor entomólogo, Ignacio Bolívar, cuando escuchó atentamente el canto de una supuesta única especie de rana: percibió dos cantos distintos, que terminaron por corresponder a dos especies diferentes.
Los indios de América se bastaban con unas pocas palabras genéricas para nombrar a las hormigas. Mostraban, no obstante, un conocimiento cercano, profundo y práctico de estos insectos sociales, sempiternos compañeros de la selva.
Lengua Yucateca (México)
[Arte del idioma maya reducido a sucintas reglas y semilexicon yucateco. Pedro Beltrán, 1746].
Hormiga: Zinic
Hormigas que hacen vereda: Zacal.
Otras, que hacen cuevas: Zay.
Otras bravas y alarbes para abejas: Xulab.
Otras, que pican: Popoxcan.
Otras bravas pintadas: Ilibceh.
Otras que hacen panal en árbol: Kamaz.
Lengua Huasteca (México)
[Noticia de la lengua huasteca. Con cathecismo, y doctrina christiana. Carlos de Tapia Centeno, 1767].
Hormiga: Itzanitz.
Hormiga Harriera: Itiziz.
Hormiga negra: Lac.
Otras muy bravas, también negras: Talac.
Otras, que sólo anidan en una planta, que llaman cornezuelo: Quætzicax.
Otra especie: Zanitz.
Otra: Tutuch.
Otra, que hay en los árboles: Xahuyx.
Lengua Otomí (México)
[Catecismo y declaracion de la doctrina cristiana en lengua Otomí, con un vocabulario. Joaquín López Yepes, 1826].
Hormiga: Saqhч.
Hormiga prieta: Bosqhч.
Hormiguero: Ngusqhч.
Lengua Pampangan (Filipinas)
[Vocabulario de la lengua Pampangan en romance. Diego Bergaño (1690-1747) (Ed. de 1860)].
Hormigas en general: Panas.
Lo lleno de ellas: Panasan.
Hormigas dulces: Panaspanasanya.
De lluvia, que cae como rocio: Muran meguin panas.
Lengua del Perú [Citas de la zoología de la Provincia de Luya]
[Geografía del Perú. Mateo Paz Soldán, 1862].
Hormiga pequeña y amarga: Pichucacura.
Hormiga coloreada que pica fuertemente: Pacacura.
Hormiga con alas; es alimento de la plebe: Siquisapa.
Hormiga como la anterior; es un delicado manjar cuando se asa: Runa-Benit.
Lengua Quechua (Perú, Bolivia, Chile, Argentina, Ecuador, Colombia)
[Die Kechua-sprache. Johann Jakob Tschudi, 1853].
Hormiga: siśi.
Hormiga grande: siśi huakan ñahui.
Otra especie: yana siśi.
Otra especie: pucu siśi.
Hormiguero: siśi suntur.
Innumerable como hormigas: siśihina.
Nombrar las cosas es una vía de conocimiento privativa del hombre. El filósofo Zubiri llamaba a nuestra especie animal de realidades, esto es, aquél capaz de aprehender la realidad como tal, como entidad independiente y no como mero conjunto de estímulos. Y esta realidad va a tomar cuerpo y forma, muy primeramente, mediante las palabras con que nombramos las cosas.
Recuerdo que en mis primeros años de observación llamaba a una hormiga la corredora roja, a otra la grande cabezona, a otra más la hormiga elegante… Hasta que me dio por enviarle las 18 especies de mi barrio a un, para mí, desconocido profesor de la Universidad de Granada llamado Alberto Tinaut. Entonces pasaron a ser Cataglyphis, Messor, Cardiocondyla…
La simple denominación científica me abrió nuevas perspectivas. Podía buscar en los libros qué se decía de mis especies. Ahora tenían nombre y apellidos, y me era posible, por primera vez, transmitir mis observaciones con precisión. Este año de 2007 se conmemora precisamente el tricentenario de Linneo, el gran naturalista que desarrolló la nomenclatura binomial.
A veces echo de menos, junto a los nombres de especie y de género, un tercer apellido –como cuando empezaba– que dijera algo así como “solitaria”, “que hace senderos” o “lenta”. Una certera indicación de comportamiento puede discernir entre especies muy cercanas morfológicamente. Tal sucedió a nuestro mayor entomólogo, Ignacio Bolívar, cuando escuchó atentamente el canto de una supuesta única especie de rana: percibió dos cantos distintos, que terminaron por corresponder a dos especies diferentes.
Los indios de América se bastaban con unas pocas palabras genéricas para nombrar a las hormigas. Mostraban, no obstante, un conocimiento cercano, profundo y práctico de estos insectos sociales, sempiternos compañeros de la selva.
Lengua Yucateca (México)
[Arte del idioma maya reducido a sucintas reglas y semilexicon yucateco. Pedro Beltrán, 1746].
Hormiga: Zinic
Hormigas que hacen vereda: Zacal.
Otras, que hacen cuevas: Zay.
Otras bravas y alarbes para abejas: Xulab.
Otras, que pican: Popoxcan.
Otras bravas pintadas: Ilibceh.
Otras que hacen panal en árbol: Kamaz.
Lengua Huasteca (México)
[Noticia de la lengua huasteca. Con cathecismo, y doctrina christiana. Carlos de Tapia Centeno, 1767].
Hormiga: Itzanitz.
Hormiga Harriera: Itiziz.
Hormiga negra: Lac.
Otras muy bravas, también negras: Talac.
Otras, que sólo anidan en una planta, que llaman cornezuelo: Quætzicax.
Otra especie: Zanitz.
Otra: Tutuch.
Otra, que hay en los árboles: Xahuyx.
Lengua Otomí (México)
[Catecismo y declaracion de la doctrina cristiana en lengua Otomí, con un vocabulario. Joaquín López Yepes, 1826].
Hormiga: Saqhч.
Hormiga prieta: Bosqhч.
Hormiguero: Ngusqhч.
Lengua Pampangan (Filipinas)
[Vocabulario de la lengua Pampangan en romance. Diego Bergaño (1690-1747) (Ed. de 1860)].
Hormigas en general: Panas.
Lo lleno de ellas: Panasan.
Hormigas dulces: Panaspanasanya.
De lluvia, que cae como rocio: Muran meguin panas.
Lengua del Perú [Citas de la zoología de la Provincia de Luya]
[Geografía del Perú. Mateo Paz Soldán, 1862].
Hormiga pequeña y amarga: Pichucacura.
Hormiga coloreada que pica fuertemente: Pacacura.
Hormiga con alas; es alimento de la plebe: Siquisapa.
Hormiga como la anterior; es un delicado manjar cuando se asa: Runa-Benit.
Lengua Quechua (Perú, Bolivia, Chile, Argentina, Ecuador, Colombia)
[Die Kechua-sprache. Johann Jakob Tschudi, 1853].
Hormiga: siśi.
Hormiga grande: siśi huakan ñahui.
Otra especie: yana siśi.
Otra especie: pucu siśi.
Hormiguero: siśi suntur.
Innumerable como hormigas: siśihina.
UNA BUENA PERSONA
Una de las experiencias más extraordinarias que he vivido ha sido asistir a varios cursos privados impartidos por Pedro Laín Entralgo, un médico humanista de amplísima obra y registro: desde la historia de la medicina a la antropología, pasando por la literatura y la filosofía. Persona culta, erudita, integradora, de una elegancia intelectual fascinadora, ha sido para muchos un ejemplo de honestidad, trabajo y convivencia. En una entrevista pocos meses antes de morir, declaró: “me gustaría que me recordaran como una buena persona”. De eso quería hablar un momento.
Hace poco más de dos años comencé a fijarme en un nuevo compañero de Lamarabunta que acababa de registrarse. Sus mensajes eran interesantes, preparados, impecables. Nos ponía al tanto de muchas cosas con la última información que hubiera, a veces traduciéndonos gentilmente, si hacía falta, párrafos de obras extranjeras en varios idiomas.
Era especialmente atento y generoso con todo el mundo. Le propuse un día que revisara el borrador de traducción que había preparado de la Historia Natural de las Hormigas de Réaumur. Fue una suerte que aceptara. Un mes y medio intenso dedicó a esa labor. Era minucioso, brillante, al punto de dar siempre con el vocablo perfecto que encajaba e iluminaba el texto. Para mí fue una garantía de calidad del trabajo que nos traíamos entre manos.
Tiempo después, cuando abandoné el Foro varios meses, este hombre intuyó que acaso me encontraba en cierta desazón por la dificultad de llevar a cabo algunos de mis proyectos. Conservo los amables correos que me envió. Consiguió incluso algo inverosímil por mor de animarme: una recensión a columna completa del libro de Réaumur (del que no circularían más de 40 o 50 ejemplares) en el periódico La Vanguardia.
Últimamente, con la desmesura propia de la simpatía, me ha dedicado algunos elogios públicos con los que no estoy de acuerdo, aunque los agradezco. Con la independencia y libertad que siempre intento darme, no dudaré en buscarle las vueltas y revueltas, en plantearle cualquier debate crítico, en disentir abiertamente con él. Pero no dudaré tampoco en desplazarme a Barcelona algún día con la sola intención de darle un abrazo.
Visto en las fotos, parece una buena persona.
Una de las experiencias más extraordinarias que he vivido ha sido asistir a varios cursos privados impartidos por Pedro Laín Entralgo, un médico humanista de amplísima obra y registro: desde la historia de la medicina a la antropología, pasando por la literatura y la filosofía. Persona culta, erudita, integradora, de una elegancia intelectual fascinadora, ha sido para muchos un ejemplo de honestidad, trabajo y convivencia. En una entrevista pocos meses antes de morir, declaró: “me gustaría que me recordaran como una buena persona”. De eso quería hablar un momento.
Hace poco más de dos años comencé a fijarme en un nuevo compañero de Lamarabunta que acababa de registrarse. Sus mensajes eran interesantes, preparados, impecables. Nos ponía al tanto de muchas cosas con la última información que hubiera, a veces traduciéndonos gentilmente, si hacía falta, párrafos de obras extranjeras en varios idiomas.
Era especialmente atento y generoso con todo el mundo. Le propuse un día que revisara el borrador de traducción que había preparado de la Historia Natural de las Hormigas de Réaumur. Fue una suerte que aceptara. Un mes y medio intenso dedicó a esa labor. Era minucioso, brillante, al punto de dar siempre con el vocablo perfecto que encajaba e iluminaba el texto. Para mí fue una garantía de calidad del trabajo que nos traíamos entre manos.
Tiempo después, cuando abandoné el Foro varios meses, este hombre intuyó que acaso me encontraba en cierta desazón por la dificultad de llevar a cabo algunos de mis proyectos. Conservo los amables correos que me envió. Consiguió incluso algo inverosímil por mor de animarme: una recensión a columna completa del libro de Réaumur (del que no circularían más de 40 o 50 ejemplares) en el periódico La Vanguardia.
Últimamente, con la desmesura propia de la simpatía, me ha dedicado algunos elogios públicos con los que no estoy de acuerdo, aunque los agradezco. Con la independencia y libertad que siempre intento darme, no dudaré en buscarle las vueltas y revueltas, en plantearle cualquier debate crítico, en disentir abiertamente con él. Pero no dudaré tampoco en desplazarme a Barcelona algún día con la sola intención de darle un abrazo.
Visto en las fotos, parece una buena persona.
SENDEROS
Desde tiempo inmemorial los senderos de las hormigas han llamado la atención del hombre. El naturalista romano Plinio el Viejo los describió en el siglo I, las tribus selváticas reservan nombres específicos para las “hormigas que hacen vereda” y los niños de todas las culturas sienten hacia ellos una especial atracción.
El gran Réaumur, en los albores de la mirmecología, decía en torno a 1743: “Los caminos no sólo son reconocibles por las hileras de viajeras que los recorren, lo son también por ellos mismos, porque parecen estar desgastados. A fuerza de ser pisados, incluso por pequeñísimas patas, se hacen más lisos y, como sucede comúnmente, cuando cruzan un jardín pueden distinguirse muy fácilmente de su entorno porque la hierba en ellos es menos densa y sus briznas están más separadas las unas de las otras”.
Los senderos contienen, pues, varios ingredientes que reclaman contemplación. Veamos. Suponen antes que nada un orden frente a la común diseminación de las hormigas por el suelo. El sendero ha tenido su origen en una pista de reclutamiento que alguna exploradora segregó desde una fuente de alimento, posiblemente hace varias semanas. Para ello hizo uso del compás celeste, del patrón de luz polarizada, lo que le permitió trazar una ruta rectilínea en su vuelta al nido. Por ello los senderos tienen grandes tramos rectos.
Los senderos son permanentemente marcados por las hormigas que los usan. Mientras caminan en ambas direcciones –desde y hacia el nido- van segregando feromonas que generan una especie de canal odorífero continuo. Esto lo intuyó Charles Bonnet en el siglo XVIII, cuando realizó el célebre experimento de frotar con los dedos un tramo del sendero, consiguiendo con ello detener y desorientar a las hormigas.
Pero los senderos tienen, además, un aspecto sorprendente. Observados de cerca y atentamente, los que discurren sobre tierra han sido minuciosamente despejados de piedras y otros objetos. Si cruzan sobre gramíneas, resultan aún más llamativos: la hierba ha sido cortada y retirada. Como este es un trabajo de muchos días y de muchos individuos, lo que suele verse es el resultado final y difícilmente el proceso que ha llevado hasta él.
Cuando miro estos senderos, no puedo evitar una impresión de asombro e ignorancia. Me gustaría saber cuándo deciden las hormigas que hay que limpiar y despejar la ruta que les lleva al alimento, porque en cualesquiera otras situaciones en que las hormigas segregan pistas de reclutamiento, jamás limpian el camino. ¿Será una determinada concentración de las feromonas de pista acumuladas y reforzadas a lo largo del sendero, concentración que no se da en los reclutamientos normales? Porque una cosa es dar una explicación funcional de la limpieza de los senderos (que facilitará el acarreo de alimentos) y otra conocer los mecanismos que la activan, mecanismos que dependen muy directamente de las circunstancias concretas en que se desarrolla el comportamiento. Los nidos, por ejemplo, son limpiados continuamente, pero las condiciones que se dan en su interior son distintas a las que se dan en los senderos al aire libre.
Sendero de Tapinoma
Sendero humano y sendero de Messor
Desde tiempo inmemorial los senderos de las hormigas han llamado la atención del hombre. El naturalista romano Plinio el Viejo los describió en el siglo I, las tribus selváticas reservan nombres específicos para las “hormigas que hacen vereda” y los niños de todas las culturas sienten hacia ellos una especial atracción.
El gran Réaumur, en los albores de la mirmecología, decía en torno a 1743: “Los caminos no sólo son reconocibles por las hileras de viajeras que los recorren, lo son también por ellos mismos, porque parecen estar desgastados. A fuerza de ser pisados, incluso por pequeñísimas patas, se hacen más lisos y, como sucede comúnmente, cuando cruzan un jardín pueden distinguirse muy fácilmente de su entorno porque la hierba en ellos es menos densa y sus briznas están más separadas las unas de las otras”.
Los senderos contienen, pues, varios ingredientes que reclaman contemplación. Veamos. Suponen antes que nada un orden frente a la común diseminación de las hormigas por el suelo. El sendero ha tenido su origen en una pista de reclutamiento que alguna exploradora segregó desde una fuente de alimento, posiblemente hace varias semanas. Para ello hizo uso del compás celeste, del patrón de luz polarizada, lo que le permitió trazar una ruta rectilínea en su vuelta al nido. Por ello los senderos tienen grandes tramos rectos.
Los senderos son permanentemente marcados por las hormigas que los usan. Mientras caminan en ambas direcciones –desde y hacia el nido- van segregando feromonas que generan una especie de canal odorífero continuo. Esto lo intuyó Charles Bonnet en el siglo XVIII, cuando realizó el célebre experimento de frotar con los dedos un tramo del sendero, consiguiendo con ello detener y desorientar a las hormigas.
Pero los senderos tienen, además, un aspecto sorprendente. Observados de cerca y atentamente, los que discurren sobre tierra han sido minuciosamente despejados de piedras y otros objetos. Si cruzan sobre gramíneas, resultan aún más llamativos: la hierba ha sido cortada y retirada. Como este es un trabajo de muchos días y de muchos individuos, lo que suele verse es el resultado final y difícilmente el proceso que ha llevado hasta él.
Cuando miro estos senderos, no puedo evitar una impresión de asombro e ignorancia. Me gustaría saber cuándo deciden las hormigas que hay que limpiar y despejar la ruta que les lleva al alimento, porque en cualesquiera otras situaciones en que las hormigas segregan pistas de reclutamiento, jamás limpian el camino. ¿Será una determinada concentración de las feromonas de pista acumuladas y reforzadas a lo largo del sendero, concentración que no se da en los reclutamientos normales? Porque una cosa es dar una explicación funcional de la limpieza de los senderos (que facilitará el acarreo de alimentos) y otra conocer los mecanismos que la activan, mecanismos que dependen muy directamente de las circunstancias concretas en que se desarrolla el comportamiento. Los nidos, por ejemplo, son limpiados continuamente, pero las condiciones que se dan en su interior son distintas a las que se dan en los senderos al aire libre.
Sendero de Tapinoma
Sendero humano y sendero de Messor
Última edición por josemary el 24 Sep 2008 14:52, editado 2 veces en total.
EL AÑO DE CATAGLYPHIS FLORICOLA
El año que se descubrió Cataglyphis floricola, la hormiga endémica de Doñana que se alimenta de pétalos de jaguarzo, tomé posesión de mi plaza de Guía del Parque Nacional. En buena hora…
En aquellos años andaba alejado de las hormigas. Lástima que por entonces no existiera Lamarabunta, porque me imagino retrospectivamente recolectando especies, sacándoles fotos y enviándolas al Foro. Y en una de ellas, a lo mejor, Kiko o Chousas habrían coreado el ¡Habemus formicam¡
En buena hora, decía. Fui el primer Guía fijo del Estado, y el único que oficialmente no pudo entrar jamás en el Parque ni cobrar complementos salariales. El balance de mi estancia de dos años y medio en aquel paraíso fue el siguiente: me incoaron 4 expedientes disciplinarios, me recluyeron en un palacio a 22 Km. de mi casa en la playa, lo que me suponía hacer autostop para salvar los primeros 15 Km., haciendo a pie los 7 restantes, así lloviera o cayera un sol de rigor. Yo sorteé los expedientes, le gané al entonces Director un juicio en los tribunales por amenazas e injurias, y recurrí a la Inspección de Trabajo que sancionó con multa al Organismo.
En aquella época la dirección del Parque Nacional de Doñana era despótica, y nunca acepté como normal lo que consideraba deleznable. Dios guarde a aquel sátrapa que dirigió Doñana en algún despacho alejado de la gestión de espacios naturales.
El año que se descubrió Cataglyphis floricola, la hormiga endémica de Doñana que se alimenta de pétalos de jaguarzo, tomé posesión de mi plaza de Guía del Parque Nacional. En buena hora…
En aquellos años andaba alejado de las hormigas. Lástima que por entonces no existiera Lamarabunta, porque me imagino retrospectivamente recolectando especies, sacándoles fotos y enviándolas al Foro. Y en una de ellas, a lo mejor, Kiko o Chousas habrían coreado el ¡Habemus formicam¡
En buena hora, decía. Fui el primer Guía fijo del Estado, y el único que oficialmente no pudo entrar jamás en el Parque ni cobrar complementos salariales. El balance de mi estancia de dos años y medio en aquel paraíso fue el siguiente: me incoaron 4 expedientes disciplinarios, me recluyeron en un palacio a 22 Km. de mi casa en la playa, lo que me suponía hacer autostop para salvar los primeros 15 Km., haciendo a pie los 7 restantes, así lloviera o cayera un sol de rigor. Yo sorteé los expedientes, le gané al entonces Director un juicio en los tribunales por amenazas e injurias, y recurrí a la Inspección de Trabajo que sancionó con multa al Organismo.
En aquella época la dirección del Parque Nacional de Doñana era despótica, y nunca acepté como normal lo que consideraba deleznable. Dios guarde a aquel sátrapa que dirigió Doñana en algún despacho alejado de la gestión de espacios naturales.
[Muchas gracias, Pepe. Es como tener un suscriptor para estos relatos. Un abrazo]
ENSEÑANZAS DE UN FILÓSOFO
La guerrilla maoísta Sendero Luminoso dinamitó el puente por donde íbamos a trasportar el cargamento de cemento. Teníamos que alcanzar el río Ucayali y navegar varios días hasta llegar a unos poblados donde construiríamos varios talleres para niños poliomelíticos. No pudo ser: la misión se suspendió y nunca fui a la selva peruana.
Lo más parecido fue mi estancia en el valle tropical de Taramay, en Almuñecar, Granada. Allí estuve 8 meses fregando platos en un hotel de la costa. Cuando terminaba la faena de la mañana, en torno a las 11.30, me iba a un bar junto al mar, con zumo de tomate y olas rozándome los pies. Llevaba conmigo el grueso volumen de Obras selectas de Ortega y Gasset, junto a un diccionario de español que empleaba a razón de 5 o 6 veces por página de Ortega. Leí con fruición los varios tomos de su maravilloso El Espectador. Fue una revelación, por la belleza literaria y por la continua sugestión de su pensamiento.
La siguiente temporada fui a Sitges: otros tres meses fregando platos. Para entonces ya tenía noticia de un discípulo activo de Ortega, Julián Marías, del que comencé a leer sus artículos semanales en La Vanguardia.
No tardé mucho en iniciarme en sus libros filosóficos y de ensayo. Cuando me instalé en Madrid, empecé a frecuentar asiduamente sus conferencias y cursos. Esta experiencia resultó decisiva para mí. Decisiva por la claridad, por la valentía, por el afán de verdad.
Una de sus obras, la Antropología metafísica, la leí despaciosamente, a capítulo por noche, durante un mes. Marías, en la estela de su maestro Ortega, profundizando y completándolo, explicaba el concepto de razón vital, de vida humana –la realidad radical donde radican y se insertan todas las demás, y que las hace comprensibles–. Esta filosofía requería de un nuevo lenguaje, de nuevas herramientas discursivas. Entre ellas estaba el concepto de vector o trayectoria. La vida humana es futurible, se proyecta en multitud de trayectorias posibles, de proyectos, y su comprensión depende no sólo de las realizadas y cumplidas, sino también y sobre todo de las trayectorias truncadas.
Siempre sospeché, y así llegué a exponerlo en la tertulia de ciencias del Ateneo de Madrid, que la filosofía de la razón vital podría dar luz a la investigación biológica contemporánea. Otra filosofías han latido bajo la piel de diversas teorías de la Física y de la Química, como nos han enseñado los epistemólogos.
Cuando salgo a la calle y observo las hormigas, solo con ellas y frente a ellas, la mirada indagatoria nunca es inocente. Y erraría quien creyera que observar consiste simplemente en una mirada directa de los hechos. Personalmente me hallo ante un mundo infinito de posibilidades: esa estructura pilosa de función ambigua, aquel comportamiento inexplicado, esta construcción compleja largamente elaborada, ese diseño de pistas… La mirada a la lupa de la morfología me plantea interrogantes sin cuento: ¿Ha tallado la evolución esa espina torácica para algo concreto? ¿Es ésa la pregunta biológica adecuada? ¿Cabe imaginar no una, sino muchas posibilidades funcionales para una misma estructura? Y así se me van las horas y los días, convencido de que estos planteamientos enriquecen la observación de las hormigas de mi barrio.
ENSEÑANZAS DE UN FILÓSOFO
La guerrilla maoísta Sendero Luminoso dinamitó el puente por donde íbamos a trasportar el cargamento de cemento. Teníamos que alcanzar el río Ucayali y navegar varios días hasta llegar a unos poblados donde construiríamos varios talleres para niños poliomelíticos. No pudo ser: la misión se suspendió y nunca fui a la selva peruana.
Lo más parecido fue mi estancia en el valle tropical de Taramay, en Almuñecar, Granada. Allí estuve 8 meses fregando platos en un hotel de la costa. Cuando terminaba la faena de la mañana, en torno a las 11.30, me iba a un bar junto al mar, con zumo de tomate y olas rozándome los pies. Llevaba conmigo el grueso volumen de Obras selectas de Ortega y Gasset, junto a un diccionario de español que empleaba a razón de 5 o 6 veces por página de Ortega. Leí con fruición los varios tomos de su maravilloso El Espectador. Fue una revelación, por la belleza literaria y por la continua sugestión de su pensamiento.
La siguiente temporada fui a Sitges: otros tres meses fregando platos. Para entonces ya tenía noticia de un discípulo activo de Ortega, Julián Marías, del que comencé a leer sus artículos semanales en La Vanguardia.
No tardé mucho en iniciarme en sus libros filosóficos y de ensayo. Cuando me instalé en Madrid, empecé a frecuentar asiduamente sus conferencias y cursos. Esta experiencia resultó decisiva para mí. Decisiva por la claridad, por la valentía, por el afán de verdad.
Una de sus obras, la Antropología metafísica, la leí despaciosamente, a capítulo por noche, durante un mes. Marías, en la estela de su maestro Ortega, profundizando y completándolo, explicaba el concepto de razón vital, de vida humana –la realidad radical donde radican y se insertan todas las demás, y que las hace comprensibles–. Esta filosofía requería de un nuevo lenguaje, de nuevas herramientas discursivas. Entre ellas estaba el concepto de vector o trayectoria. La vida humana es futurible, se proyecta en multitud de trayectorias posibles, de proyectos, y su comprensión depende no sólo de las realizadas y cumplidas, sino también y sobre todo de las trayectorias truncadas.
Siempre sospeché, y así llegué a exponerlo en la tertulia de ciencias del Ateneo de Madrid, que la filosofía de la razón vital podría dar luz a la investigación biológica contemporánea. Otra filosofías han latido bajo la piel de diversas teorías de la Física y de la Química, como nos han enseñado los epistemólogos.
Cuando salgo a la calle y observo las hormigas, solo con ellas y frente a ellas, la mirada indagatoria nunca es inocente. Y erraría quien creyera que observar consiste simplemente en una mirada directa de los hechos. Personalmente me hallo ante un mundo infinito de posibilidades: esa estructura pilosa de función ambigua, aquel comportamiento inexplicado, esta construcción compleja largamente elaborada, ese diseño de pistas… La mirada a la lupa de la morfología me plantea interrogantes sin cuento: ¿Ha tallado la evolución esa espina torácica para algo concreto? ¿Es ésa la pregunta biológica adecuada? ¿Cabe imaginar no una, sino muchas posibilidades funcionales para una misma estructura? Y así se me van las horas y los días, convencido de que estos planteamientos enriquecen la observación de las hormigas de mi barrio.
[Repongo este artículo que se esfumó de Lamarabunta con el reciente cambio de servidor, y que alojé provisionalmente en mi blog de la nueva web de la AIM]
EL PROBLEMA DEL RETORNO AL NIDO
He aquí uno de los temas más fascinantes de la mirmecología. A finales del siglo XIX y principios del XX, numerosos autores intentaron descifrar los mecanismos subyacentes a la sorprendente capacidad de las hormigas para volver al nido tras una larga exploración en el exterior. Desde entonces se han sucedido innumerables trabajos, hasta llegar a los actuales y extraordinarios de R. Wehner, de Zurich, al que aludiré más adelante.
Me dispuse a hacer observaciones sobre este asunto con la especie Aphaenogaster senilis, una hormiga lenta, segregadora de pistas de reclutamiento, que no suele alejarse del nido más de 5 metros.
Para hacerse una idea cabal de la capacidad de esta hormiga, y así comprender mejor los experimentos que mostraré, nada como someterla a la siguiente prueba de desplazamiento:
A 1.5 metros del nido se le pone a una exploradora un trozo de jamón de York colocado encima de un cartón. Justo antes de que inicie la segregación rectilínea de pista en dirección al nido, se desplaza el cartón (con el jamón y la hormiga) a 60 cm. Cuando la hormiga comienza a segregar la pista de reclutamiento, lo hace siguiendo una dirección paralela a la que hubiera seguido antes del desplazamiento, y ello es así porque: 1) no percibe desplazamientos pasivos en los que no realiza movimientos propios, y 2) mantiene el mismo ángulo con respecto al Sol. Y no sólo conoce la dirección, también ha procesado, tras el recorrido de exploración previo, la distancia a la que debía encontrarse el nido, deteniéndose en el punto exacto donde debería estar.
Por tanto, las condiciones experimentales son claras: Aphaenogaster senilis no usa referencias olfativas ni táctiles para su retorno rectilíneo al nido. El procesado de la información durante la ruta exploratoria, hágalo como lo haga, depende de movimientos, distancias y ángulos respecto al patrón de luz polarizada.
Me hice este planteamiento: ¿explora la hormiga al azar o sigue alguna estrategia para facilitar el procesado de la información que utilizará en la vuelta al nido?
Escogí una superficie llana de albero, que barrí cuidadosamente. Clavé una puntilla junto a la boca del nido, atando a ella una cuerda y trazando, con una navaja sujeta al otro extremo, dos círculos concéntricos de 1 y 2 metros de radio respectivamente. Finalmente, añadí, también a punta de navaja, 4 diámetros. Con este mapa registré unas 100 rutas de exploración durante tres días de verano (en mañanas y tardes).
Durante una semana miré y remiré las rutas registradas, hasta toparme con lo que me pareció un hallazgo singular. Medí los ángulos de giro en cada ruta, con estas restricciones: 1) desechaba los ángulos <20º y >160º, y 2) consideraba sólo los tramos mayores de 20 cm. El resultado fue que el 64% de los ángulos de giro se encontraba entre los 80º y los 100º, esto es, las hormigas tendían a hacer giros o quiebros en ángulo recto, lo que podía responder a una estrategia exploratoria para simplificar el posterior procesado de la información.
Incluso especulé con la posibilidad de que este comportamiento exploratorio en ángulos rectos estuviera relacionado con la disposición perpendicular de los microtúbulos de los bastoncillos del aparato visual.
Para probar esta hipótesis, ideé el siguiente experimento: cogí dos tubos de cristal de 1 metro de longitud y 1 cm de diámetro, uniéndolos mediante un pequeño tubo de goma que permitía articularlos en distintos ángulos. Probaría con ángulos menores, mayores e iguales a 90º. La hormiga entraría por un extremo del tubo situado en la boca del nido y, al salir, se encontraría con un cebo que provocaría la segregación de una pista de reclutamiento rectilínea en dirección al hormiguero. De acuerdo con la hipótesis, un ángulo 90º entre ambos tubos no daría errores en la dirección de vuelta, pero no así si los tubos formaran ángulos de 35º o 140º.
Hube de suspender el experimento por la enorme dificultad que entrañaba el dispositivo: las hormigas se paraban o daban marcha atrás dentro de los tubos.
Se me ocurrió escribir a R. Wehner, comentándole estos experimentos y planteándole varias preguntas. En unos días me contestó con suma amabilidad y detallado informe. Negó la posibilidad de dicha estrategia de exploración en ángulos de 90º, así como la vinculación anatómica. Me envió además un artículo, todavía en prensa, donde exponía una ecuación en la que, introduciendo la longitud de los tramos recorridos y los ángulos entre ellos, podía calcularse la dirección de vuelta que tomaría la hormiga. Uno de sus experimentos se llamaba “de dos brazos”, precisamente como el que intenté con los dos tubos de cristal, pero coronado con éxito. Con él demostró cómo las hormigas cometen errores sistemáticos en la dirección de vuelta al nido, errores que dependen del ángulo que forman los tubos recorridos.
Acepté el dictum del sabio. No obstante, medité aún si podría ser una cuestión de perspectiva. Es decir, que miradas las rutas a pequeña escala, fueran efectivamente aleatorias, pero que analizadas a escala mayor, tuvieran las regularidades referidas.
En fin, volvíme al viejo libro de Cornetz sobre el retorno al nido en las hormigas (Trajets de fourmis et retours au nid, 1910) y allí, también allí, creí ver rutas en ángulos de 90º trazadas por Messor…
EL PROBLEMA DEL RETORNO AL NIDO
He aquí uno de los temas más fascinantes de la mirmecología. A finales del siglo XIX y principios del XX, numerosos autores intentaron descifrar los mecanismos subyacentes a la sorprendente capacidad de las hormigas para volver al nido tras una larga exploración en el exterior. Desde entonces se han sucedido innumerables trabajos, hasta llegar a los actuales y extraordinarios de R. Wehner, de Zurich, al que aludiré más adelante.
Me dispuse a hacer observaciones sobre este asunto con la especie Aphaenogaster senilis, una hormiga lenta, segregadora de pistas de reclutamiento, que no suele alejarse del nido más de 5 metros.
Para hacerse una idea cabal de la capacidad de esta hormiga, y así comprender mejor los experimentos que mostraré, nada como someterla a la siguiente prueba de desplazamiento:
A 1.5 metros del nido se le pone a una exploradora un trozo de jamón de York colocado encima de un cartón. Justo antes de que inicie la segregación rectilínea de pista en dirección al nido, se desplaza el cartón (con el jamón y la hormiga) a 60 cm. Cuando la hormiga comienza a segregar la pista de reclutamiento, lo hace siguiendo una dirección paralela a la que hubiera seguido antes del desplazamiento, y ello es así porque: 1) no percibe desplazamientos pasivos en los que no realiza movimientos propios, y 2) mantiene el mismo ángulo con respecto al Sol. Y no sólo conoce la dirección, también ha procesado, tras el recorrido de exploración previo, la distancia a la que debía encontrarse el nido, deteniéndose en el punto exacto donde debería estar.
Por tanto, las condiciones experimentales son claras: Aphaenogaster senilis no usa referencias olfativas ni táctiles para su retorno rectilíneo al nido. El procesado de la información durante la ruta exploratoria, hágalo como lo haga, depende de movimientos, distancias y ángulos respecto al patrón de luz polarizada.
Me hice este planteamiento: ¿explora la hormiga al azar o sigue alguna estrategia para facilitar el procesado de la información que utilizará en la vuelta al nido?
Escogí una superficie llana de albero, que barrí cuidadosamente. Clavé una puntilla junto a la boca del nido, atando a ella una cuerda y trazando, con una navaja sujeta al otro extremo, dos círculos concéntricos de 1 y 2 metros de radio respectivamente. Finalmente, añadí, también a punta de navaja, 4 diámetros. Con este mapa registré unas 100 rutas de exploración durante tres días de verano (en mañanas y tardes).
Durante una semana miré y remiré las rutas registradas, hasta toparme con lo que me pareció un hallazgo singular. Medí los ángulos de giro en cada ruta, con estas restricciones: 1) desechaba los ángulos <20º y >160º, y 2) consideraba sólo los tramos mayores de 20 cm. El resultado fue que el 64% de los ángulos de giro se encontraba entre los 80º y los 100º, esto es, las hormigas tendían a hacer giros o quiebros en ángulo recto, lo que podía responder a una estrategia exploratoria para simplificar el posterior procesado de la información.
Incluso especulé con la posibilidad de que este comportamiento exploratorio en ángulos rectos estuviera relacionado con la disposición perpendicular de los microtúbulos de los bastoncillos del aparato visual.
Para probar esta hipótesis, ideé el siguiente experimento: cogí dos tubos de cristal de 1 metro de longitud y 1 cm de diámetro, uniéndolos mediante un pequeño tubo de goma que permitía articularlos en distintos ángulos. Probaría con ángulos menores, mayores e iguales a 90º. La hormiga entraría por un extremo del tubo situado en la boca del nido y, al salir, se encontraría con un cebo que provocaría la segregación de una pista de reclutamiento rectilínea en dirección al hormiguero. De acuerdo con la hipótesis, un ángulo 90º entre ambos tubos no daría errores en la dirección de vuelta, pero no así si los tubos formaran ángulos de 35º o 140º.
Hube de suspender el experimento por la enorme dificultad que entrañaba el dispositivo: las hormigas se paraban o daban marcha atrás dentro de los tubos.
Se me ocurrió escribir a R. Wehner, comentándole estos experimentos y planteándole varias preguntas. En unos días me contestó con suma amabilidad y detallado informe. Negó la posibilidad de dicha estrategia de exploración en ángulos de 90º, así como la vinculación anatómica. Me envió además un artículo, todavía en prensa, donde exponía una ecuación en la que, introduciendo la longitud de los tramos recorridos y los ángulos entre ellos, podía calcularse la dirección de vuelta que tomaría la hormiga. Uno de sus experimentos se llamaba “de dos brazos”, precisamente como el que intenté con los dos tubos de cristal, pero coronado con éxito. Con él demostró cómo las hormigas cometen errores sistemáticos en la dirección de vuelta al nido, errores que dependen del ángulo que forman los tubos recorridos.
Acepté el dictum del sabio. No obstante, medité aún si podría ser una cuestión de perspectiva. Es decir, que miradas las rutas a pequeña escala, fueran efectivamente aleatorias, pero que analizadas a escala mayor, tuvieran las regularidades referidas.
En fin, volvíme al viejo libro de Cornetz sobre el retorno al nido en las hormigas (Trajets de fourmis et retours au nid, 1910) y allí, también allí, creí ver rutas en ángulos de 90º trazadas por Messor…
ICONOGRAFÍA MEDIEVAL
La percepción de lo que sea realmente una hormiga no es evidente –como no lo es ninguna percepción de las cosas, según nos han enseñado los filósofos–. Los científicos y naturalistas han dejado claro desde el siglo XVII que las hormigas tienen 6 patas. Pero un niño acaso nos diga otra cosa. Todavía a finales del siglo XIX, algunos diccionarios españoles tenían dos entradas diferentes para la palabra hormiga: la zoológica propiamente dicha, con abundantes descripciones del variado mundo mirmecológico, y otra enigmática y asombrosa: la originaria y primerísima percepción que ha tenido el hombre común desde tiempo inmemorial. Así, las hormigas pertenecían a dos clases: las acaneladas de una línea de largo, y las negras de dos líneas…
La Edad Media es un reflejo preciso y precioso de la variable percepción humana de las hormigas. Un estadio anterior y primitivo en el complejo camino hacia la ciencia moderna y la duda metódica.
Las primeras cuatro imágenes de la ilustración (a-d) muestran hormigas de 4 patas; la quinta (e) de 6 patas; la sexta (f) de 8 patas. La imagen h corresponde a la fábula de Esopo de la cigarra y la hormiga; las imágenes i-j corresponden a las hormigas gigantes y cuadrúpedas de Etiopía, motivo de leyendas áureas.
a) Bestiario francés (s. XIII)
b) Manuscrito indio (s. XVII-XVIII)
c) Manuscrito Harley (s. XIII)
d) Bestiario inglés (s. XIII)
e) Bestiario Divino de Guillaume le Clerc (c. 1285)
f) Bestiario francés (s. XIII)
g) Fábula de Esopo-La cigarra y la hormiga (s. XIV)
h, i) Bestiario Divino de Guillaume le Clerc (c. 1285)
La percepción de lo que sea realmente una hormiga no es evidente –como no lo es ninguna percepción de las cosas, según nos han enseñado los filósofos–. Los científicos y naturalistas han dejado claro desde el siglo XVII que las hormigas tienen 6 patas. Pero un niño acaso nos diga otra cosa. Todavía a finales del siglo XIX, algunos diccionarios españoles tenían dos entradas diferentes para la palabra hormiga: la zoológica propiamente dicha, con abundantes descripciones del variado mundo mirmecológico, y otra enigmática y asombrosa: la originaria y primerísima percepción que ha tenido el hombre común desde tiempo inmemorial. Así, las hormigas pertenecían a dos clases: las acaneladas de una línea de largo, y las negras de dos líneas…
La Edad Media es un reflejo preciso y precioso de la variable percepción humana de las hormigas. Un estadio anterior y primitivo en el complejo camino hacia la ciencia moderna y la duda metódica.
Las primeras cuatro imágenes de la ilustración (a-d) muestran hormigas de 4 patas; la quinta (e) de 6 patas; la sexta (f) de 8 patas. La imagen h corresponde a la fábula de Esopo de la cigarra y la hormiga; las imágenes i-j corresponden a las hormigas gigantes y cuadrúpedas de Etiopía, motivo de leyendas áureas.
a) Bestiario francés (s. XIII)
b) Manuscrito indio (s. XVII-XVIII)
c) Manuscrito Harley (s. XIII)
d) Bestiario inglés (s. XIII)
e) Bestiario Divino de Guillaume le Clerc (c. 1285)
f) Bestiario francés (s. XIII)
g) Fábula de Esopo-La cigarra y la hormiga (s. XIV)
h, i) Bestiario Divino de Guillaume le Clerc (c. 1285)
Por una ciencia de las hormigas crítica, poética y diletante
Blog personal: Historias de hormigas
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