He encontrado este curioso texto de Mark Twain (1835-1910) en el que hace una caricatura de la supuesta inteligencia de las hormigas.
¡A MÍ NO ME ENGAÑAN LAS HORMIGAS!
[Del libro Un vagabundo en el extranjero, 1880. Versión española de Angélica Gorodischer]
Me parece que se cometen extrañas exageraciones cuando se habla de la inteligencia de las hormigas. Durante varios veranos me pasé observándolas un tiempo que hubiera podido emplear mejor. Pero jamás encontré una hormiga que, viva, pareciera más inteligente que muerta. Me refiero a las hormigas comunes y corrientes; no conozco las maravillosas hormigas suizas o africanas que celebran elecciones, tienen ejércitos disciplinados, tienen esclavos y discuten de religión. Esas hormigas serán tal como las pintan los naturalistas, no digo que no; de lo que estoy convencido es de que las otras, las hormigas que todos conocemos, son unas simuladoras. Estoy de acuerdo, claro, en que son trabajadoras; trabajan como nadie... cuando alguien las mira. Pero esa testarudez que tienen para el trabajo, me parece a mí un defecto. Sale una hormiga en busca de provisiones y las encuentra. ¿Y qué hace? ¿Se la lleva a su casa? No. La hormiga no sabe adónde está su casa. Puede ser que esté a un metro de allí, no importa. La hormiga es incapaz de encontrarla.
El trofeo que encuentra una hormiga suele ser algo completamente inservible para ella y para cualquiera y es, por lo general, siete veces más grande de lo conveniente. Además la hormiga se las arregla para agarrarlo en la forma más incómoda posible: lo levanta del suelo y se va, no hacia el hormiguero sino en dirección contraria; nunca tranquila e inteligentemente, sino con un apuro loco. Si en el camino encuentra una piedra, en vez de pasarle por el costado, le pasa por encima, retrocediendo y arrastrando el botín; cae del otro lado, se levanta llena de furia y de polvo, se sacude, se humedece las patas de adelante, aprieta ferozmente la presa entre las mandíbulas, tirando unas veces para acá otras veces para allá, empujándola a veces y a veces arrastrándola; se pone más y más nerviosa; levanta por fin la presa y sale disparando, no en la dirección que llevaba sino en alguna otra.
A la media hora de andar dando vueltas, se detiene a unos quince centímetros de donde partió; suelta la carga, se limpia la cabeza, se frota las patas, reanuda la marcha a la ventura, con el apuro de siempre. A fuerza de andar en zig-zag, con lo cual consigue correr mucho y no salir del mismo sitio, tropieza con el trofeo que había dejado abandonado. Como de eso no se acuerda, cree que es un hallazgo; mira a su alrededor para ver qué camino no la va a llevar al hormiguero; carga otra vez con el botín y emprende la marcha en la que se va a encontrar con contratiempos parecidos a los de la carrera anterior.
Por fin se para a descansar. Llega otra hormiga a la que sin duda le parece que la pata de una langosta muerta hace un año es una estupenda pichincha y decide ayudar a la primera hormiga a llevarla al hormiguero. Cada una agarra una punta y tira para su lado. Después descansan y cambian ideas. Están de acuerdo en que la cosa no anda bien pero no entienden por qué así que cada una acusa a la otra de hacer lío. Se pelean. Se atacan; se muerden una a la otra; ruedan juntas por el polvo hasta que una de las dos pierde una pata o una antena y se va a Reparaciones. Se reconcilian y vuelven al trabajo. Lo hacen tan mal como antes, tirando cada una para su lado pero la mutilada está en inferioridad de condiciones de modo que la sana la arrastra junto con la presa. La pata de la langosta queda por fin abandonada más o menos en el mismo sitio en el que la encontraron. Las hormigas la observan con cuidado y convienen en que si bien se mira, no sirve para nada y cada una se va para su lado a buscar otra cosa pesada para divertirse cargándola, e inservible para tentarla.
Justo hoy vi a una hormiga haciendo todo eso. Llevaba una araña muerta que pesaba diez veces más que ella y a la cual acabó por dejar tirada para que cualquier otra hormiga igualmente sonsa pudiera llevársela. Medí la distancia recorrida por la muy bruta y concluí que lo que ella había hecho en veinte minutos equivalía al trabajo que haría un hombre en atar juntos dos caballos que pesan 350 kilos cada uno, echárselos a la espalda, recorrer medio kilómetro en un campo lleno de piedras de dos metros de altura pasándoles por encima y no por el costado; tirarse por un precipicio como el del Niágara más tres campanarios; y para al fin dejar los dos caballos en donde cualquiera pudiera llevárselos, e irse tranquilamente a otra parte.
Según la ciencia, es mentira que las hormigas guarden provisiones para el invierno. La hormiga es una hipócrita: trabaja solamente cuando la miran y si el que la mira parece aficionado a la naturaleza y dispuesto a tomar notas. La hormiga es incapaz de rodear un tronco sin desorientarse y perder el camino al hormiguero, cosa que es signo de idiotez. El trabajo ostentoso que hace es pura soberbia. Nunca termina bien una tarea.
Cosa extraña e incomprensible es que una mentirosa tan notoria como la hormiga haya engañado a las gentes de tantos países durante tantos años, sin que nunca nadie le descubriera el juego.
¡A mí no me engañan las hormigas!
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Para curiosos, la traductora citada, Angélica Gorodischer, es una conocida escritora argentina de ciencia ficción. Yo he leído una recopilación de cuentos suyos de hermoso título, "Bajo las jubeas en flor", pero no recuerdo nada, señal de que no me gustó
Ojo por ojo... y el mundo quedará ciego. Mahatma Gandhi